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Relato corto

Tu dolor

Hoy la muerte me ha visitado. Y la he reconocido a pesar de todo. No venía de negro, con túnica y guadaña.

Hoy he visto a la muerte en tus lágrimas, en la expresión rota de tu rostro, detrás de tus ojos tan tristes. La he visto como nunca imaginé.

Y tuve tanto miedo… Apenas he podido cogerte la mano y mirar. Desear que pronto pase todo, que puedas volver a sonreír recordando los momentos que pasaste con él; sin la punzada de la angustia de haberlo perdido.

Llorabas y el corazón se me partía con cada una de las gotas de plata que salían de tus ojos. Y me apretaba contra ti para no derrumbarme, sin poder hacer nada más que estar ahí a tu lado, callado, viendo como la muerte de tu ser querido te estaba queriendo matar.

Pensé muchas palabras y cosas que decir. Fallidos intentos de consuelo que conseguí ahogar antes de que salieran de mi boca. Contuve mi pena, alejé mi dolor y posé mis labios en los tuyos. Tus ojos se abrieron enrojecidos, pero entre los regueros de lágrimas de tu cara esbozaste una sonrisa y supe que mi calor te había llegado.

He visto la muerte en tu desconsuelo y desesperanza, y he tenido miedo. Pero estaré contigo.

Esta noche

Entre mis barbas quedan enredados aún tus besos y por mis dedos juegan a esconderse como una sombra los restos del olor de tu cuerpo. Como un tatuaje queda el recorrido de tus manos por mi cuerpo marcado hasta las venas.

Pero tu ausencia….

Ahora tu ausencia llena este cuarto, empuja las paredes sobre mí y hace del aire sucio alquitrán que ahoga mis pulmones.

Quiero que el alba deje su caprichoso paseo y te traiga a mi lado. Es así.

Tan sencillo. Tan estúpido

No esperes que esta noche la luna te susurre un cuento. No esperes.

Tu piel, hoy, será unas horas la simple sábana de este cuerpo que se enfría. Serás el último paño que empape su sudor. En ti quedará prendido su último calor.
En un extremo de ti, piel blanca que cubre el futuro cadáver, brotan yedras revoltosas que crecen por ti rojas. Sus raíces capotean en el charco de sangre, pero sus hojas, como rubíes, reptan por ti tiñéndote.

«Tan sencillo como no olvidarte, tan estúpido como aún quererte.»

Su tinta última se seca en el papel que ahora ya se ha hecho parte de la piel de tus manos, rugosa, áspera… hasta que la yedra que sigue adornándote de rojo brillante llegue. Y cuando la tinta y la sangre se encuentren brotará de su pecho y a través de ti, piel tan fina, casi ya nada más que paño rojo, una respuesta.

La luna, al final, ha bajado a contarte un cuento y confundir mis palabras. Y con ellas a ti. Pero no te dejas arrastrar por su fábula, quieres que mi palabra continúe. La luna murmura pero no interrumpirá.

Tú, de su sangre ya, sobre él y siendo él cada vez más, te esfuerzas por oír que tu final se acerca y que te has sacrificado. Pero hoy la luna no te susurra el cuento que quieres oír. Hoy, no te sacrificas por él en gesto de amor. No. Hoy, él muere desangrado en su lecho porque no soporta quererte.

Hoy, camina de la mano de la Dama del Alba porque le dejaste de querer. Y estar sobre su carne tratando de mantenerla viva no esconde ese hecho.
Hoy, estás muriendo porque lo mataste al negar que lo querías.

Lo que sí y lo que no

Hay cosas que duran un segundo. Otras un poco más. Sea como sea, la gran mayoría de las cosas duran poco. Por desgracia las buenas también pasan (y por algo decimos «lo bueno, si breve, dos veces bueno») pero eso nos deja el hecho de que lo malo tiene fecha de caducidad («no hay mal que cien años dure»).
Dura poco la flor que te he regalado. Unos días como máximo… luego quedará su recuerdo.

¿Sólo eso?

Tengo la intención de pensar que no es sólo eso. Es más, me considero afortunado de creer que no todo se acaba. Hay ciertas cosas que duran para siempre, que no se agotan, ni extinguen ni desaparecen. Las importantes. Las mejores. Por ejemplo, la razón por la que decidí comprarte esa flor.

Todo lo que está detrás de esas acciones que nos animan y/o animan a los demás es lo que no va a desaparecer nunca. Eso prevalecerá.

Por eso, con la sensación de que el tiempo vuela me siento y te escribo estas líneas que desaparecerán entre otras muchas pero que sé que al menos leerás una vez. Y te digo: mis regalos se perderán o romperán u olvidarán. Pero cada cosa que te he dado, ha sido desde el cariño o el amor o la amistad o todo ello al mismo tiempo. Así que recuerda que te quise y que te quiero. Recuerda que incluso cuando yo no esté, pues también mi existencia está limitada y ya consumida en gran parte, te quedará este amor.

Se irá el calor, el olor, el tacto, la mirada, el abrazo, los labios y los besos.

Morirá esa flor.

Pero yo, en ti, no.

Nunca.

03/01/213

Mirándote en mis adentros

Quien se enamora dice sentir mariposas en el estómago.

Lo que yo siento ahora son hormigas en el corazón. Cientos de miles de pequeñas punzadas, diminutos mordiscos, incesante movimiento inquieto y errático. Me abro la carne de par en par y veo mi corazón negro y palpitante de una vida ajena porque dentro está seco.

Se me ha escapado el alma y casi la prefiero fuera de mí: al menos así una de las dos partes de mi ser estará aparentemente a salvo de ti. A salvo de las dudas. A salvo de los mordiscos de la pena.

Los meandros que antiguas lágrimas trazaron en mi piel aún siguen secos, no han vuelto a brotar de mis ojos nuevas angustias condensadas. Y seco quedará mi rostro, añorando las otras lágrimas, las que eran dulce zumo de felicidad.

¿Sale el sol? ¿Es luz aquello que parece entrar por una rendija de este nicho? ¿Un nuevo día? Sea. Que mis pulmones se llenen de aire de nuevo, no brotará más un grito de angustia. ¡Sigo vivo! Romperé esta losa que me has hecho cargar y la vida que está ahí fuera me llenará. Sí. Sí. Sí. Seré yo sin ti más yo que nunca y mi felicidad será tu pesadilla, mi alegría tu veneno, mi sonrisa tu puntilla.

 12 jun 2006

Duermes para soñar

¿Qué haces? Llegas tarde y has estado caminando solo, mirando farolas o la luna mientras amanecía demasiado pronto para tu gusto. En tu piel no has sentido la brisa que el mar te lanzaba contra la cara desde la orilla.

¿Para qué caminabas si no ibas a ningún lado? ¿Que traes en tu cabeza ahora? Tus pasos serpentean, pero sabemos que no hay alcohol ya en tu cuerpo. No es eso lo que te intoxica las venas.

Te acuestas, te duermes para soñar y que al despertar los labios te sepan a beso.
Con los ojos en negro y las lágrimas resbalando hacia tu corazón pulmones adentro, te vas ahogando y lo sabes.

Y al despertar, tal vez los labios te sepan a beso. Pero tú no estarás ahí para saberlo.

Campanas de boda

Limpió el sudor de su frente y volvió a lavar los pañuelos. Los puso a secar cerca del fuego y volvió a la habitación. Acarició la cara de su esposo y besó su frente.

– Deberías marcharte, dejarme ya y no desperdiciar tu vida.

– Cállate –ahogó sus lágrimas- no hables, necesitas descansar.

– Por favor, hazme caso…

Le besó en los labios y colocó las mantas. “Si me voy ya no tengo donde vivir. Mis padres no me aceptarán de nuevo… me fui demasiado rápido. Ellos no sabían nada. No saben nada, porque no imaginan cuanto te quiero. Para ellos eres el boticario, un ser horrible que se aprovecha de una joven. Pero tú no eres así. Ellos no saben nada de nuestro amor. No comprenden que te amo desde hace ya muchos años y que sólo por mi insistencia tu accediste a reconocer tus sentimientos.” Su violenta tos la sacó de sus pensamientos y acudió a limpiar las gotas de sangre.

Fuera continuaba lloviendo. Algunos vecinos ya volvían del campo y miraban de reojo hacia la botica, cerrada por enfermedad. Los que pasaron unas horas más tarde vieron salir a Sofía hacia la iglesia, corriendo sin taparse y descalza. Ya desde sus casas, varias mujeres, mirando a través de la ventana, la vieron volver de la mano del cura.

– Sólo tienes que decir que sí cariño.

– Hija, en estas condiciones no sé si debo continuar.

– Padre, por favor, cásenos –bajó la mirada y ahogó un sollozo- no le he traído aquí para darle al extremaunción. Por favor –susurró.

El sacerdote accedió. Abrevió todo lo posible el ritual del matrimonio y aceptó como válidas las inteligibles palabras del boticario entre accesos de tos y ahogos.

– Sí, quiero.

– Sí –tosió- quiero…

Se besaron. El cura se retiró y apenado pudo comprobar como entre los brazos de la joven colgaba inerte el cuerpo del boticario, palideciendo por segundos. Salió del dormitorio, esperó en la cocina a recuperar la calma y superar la emoción y abandonó la casa. Sonaron campanas de duelo y todos supieron por quien doblaban. Sofía lloraba desconsolada, sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el borde de la cama y las manos acariciando a su marido.

Por su aroma

Miré. No sé por qué, pero miré. Y descubrí que era preciosa. Su olor, suave y dulce me alcanzó y provocó la extraña sensación de una descarga eléctrica en mi cuerpo.

Me acerqué, despacio. Pasito a paso pude aproximarme. Y su hermosura se hacía a cada centímetro más dulce. Más atractiva. Magnética. En ese momento, ya sabía que de manera inevitable acabaría a su lado.

Y así fue.

Discretamente, mirando en otras direcciones de manera casual y desinteresada pero fijándome si otros se acercaban, llegué a sus pies.

La miré. Distraida, no me prestaba atención. Pensé cómo atraer sus ojos mientras daba una vuelta a su alrededor, despacio. Cerré los ojos. Su aroma me llenaba el cerebro de imágenes en colores que nunca había pensado que existirían.

La rocé, como por accidente, mi último recurso (o al menos el único plan que pude pensar).

¡Y me miró!

Rió y alargó su mano hacia mí.

– ¡Pero qué preciosidad! -dijo manteniendo su sonrisa y acariciando mi pelo mientras guardaba su mp3 en el bolsillo.

– ¡Lucas, ven aquí! -esa otra voz me hizo girar la cabeza pero no me moví de donde estaba. Se acercó hasta donde yo estaba y continuó hablando- Perdona, a veces hace un poco lo que quiere… -su cara parecía un tanto sonrojada.

– No, no pasa nada -respondió su voz, tan dulce como su fragancia- me encantan los huskies ¡y este además tan mono con sus ojos azules y el pelo blanco y negro!

Ladré y sacudí mi cola contento.

Ha pasado el tiempo y creo que mi amo todavía me mira agradecido por esto mientras me deja probar la cena que le está preparando.

24/09/2009

Llovía muchísimo

Llovía muchísimo. Un tormenta tonta de verano, no por habitual menos sorprendente. Tanto, que me encontró en la playa y a duras penas conseguí salir de la arena con todas mis cosas. Y, claro, gente que había sido más rápida que  yo ya ocupaba la marquesina de la parada de autobús así que tuve que guarecerme bajo uno de los árboles que adornaban el paseo junto a la playa. Eran más o menos las 7 de la tarde.

Podría lamentarme del frío o de estar mojado, pero la verdad es que pronto me olvidé de todo: a mi lado, con el pelo goteando y un vestido ibicenco medio empapado que traslucía un bikini negro estaba la chica más guapa que yo hubiera podido imaginar. Confieso que el hecho de que dejara entrever su bikini me resultaba… vamos a decir “estimulante”, pero es que luego, siempre de reojo, comprobé lo larga que era su melena y lo bonitos que eran sus ojos, por muy teñidos de rabia que estuvieran teñidos en ese momento.

–          Vaya mierda ¿no?

No hubo respuesta. Creo que ni me escuchó.

–          ¿Quieres taparte bajo mi toalla? Menos es nada…

Ahí ya me miró. Comprobó que no parecía un mal tipo, volvió a mirar la que estaba cayendo y sin decir una palabra levantó los hombros y dio un paso para acercarse más. Yo estiré la toalla y la cubrí.

– ¿Estabas en la playa? –dije, y una fracción de segundo después me di una fuerte palmada imaginaria en la frente: si había una frase más estúpida y una respuesta más obvia sería difícil encontrarla.

– Sí –respondió, sorprendentemente- y lo malo es que justo acababa de llegar.

– ¿Tan tarde? –vi que no era una buena pregunta y maticé – ¿es que trabajas o algo así?

-Algo así –y esbozó una sonrisa- pero intento aprovechar las últimas horas del día siempre que puedo. Y hoy no ha podido ser, ya ves. Qué mierda…

Confieso que ver que me seguía la conversación me dejó tan aturdido que apenas podía pensar qué más añadir para no perderla por parecer estúpido…  Improvisé algo.

-¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Cómo no hay playa se acabó el día? – improvisar no es lo mío, comprobado, así que mostré la mejor de mis sonrisas para no parecer un entrometido ni un ligón al asalto.

-Sí, supongo… – no sé siquiera si llegó a ver mi sonrisa pues tenía la mirada más bien perdida entre las nubes grises y la cortina de agua.

Tronó.

Y noté que un ligero temblor le recorría el cuerpo, justo antes de moverse apenas unos centímetros más cerca de mí.

-¿Tienes frío o es miedo? –dije a modo de broma.

Y entonces me miró. Sí, en ese momento sí que me miró y lo hizo directamente a los ojos… y ahí ya me di por perdido. Fue tan intenso que incluso mi ojos ignoraron la orden del cerebro de comprobar la forma de sus pechos –esa mirada furtiva que todo chico realiza al menos una vez por minuto-.

-Desde pequeña tengo un miedo incontrolable a los truenos. No sé qué trauma será –intentó sonreír-  pero la verdad es que no lo puedo controlar. Así que, por favor, no te vayas corriendo si llega tu autobús ¿vale?

-Tranquila, no lo haré –“¡no me iría ni corriendo ni andando! Vamos, con lo preciosa que eres…” pensé. Sonrió y se acercó dos milímetros más.

-Coge este extremo de la toalla –y le ofrecí el que yo sostenía sobre su cabeza y ella lo tomó entre sus dedos. Bajé mi brazo, despacio, rozando su espalda y la agarré del hombro – ¿mejor así?

En la mirada que me lanzó sentí una mezcla de sorpresa y agradecimiento. Sonreí y por dentro suspiré. Creo que llegué a sentir como me temblaban las piernas de la tensión.
Silencio. Pero un silencio cómodo. Sólo interrumpido por un trueno que propició que ella se aproximara más y yo pudiera estrecharla más en mi abrazo. Sentí el olor de su piel, mezcla de crema y la sombra del perfume que debió de ponerse para su trabajo o lo que fuera. Cerré los ojos y traté de retener ese momento para siempre en mi memoria. Su cabeza se apoyó en mi hombro. Suspiré. Y ese suspiro sí que salió. Noté –no sé cómo, pero lo noté- que sonreía.

-¿Tienes prisa? Porque igual es mejor ir a tomar algo caliente en lugar de esperar aquí…

-La verdad es que sí que tengo frío… pero no sé, así mojada en un café igual me enfrío más… – recé para que esa opción fuera descartada… -. Bueno, si conoces un sitio muy muy cerca… -¡funcionó mi oración!

Tuve que pensar más rápido que nunca antes en vida dónde ir, pero no dejé de agarrar su hombro ni sentir su cuerpo junto al mío. Por suerte un pequeño  café-bar que conozco estaba a unos metros después de cruzar la calle. Así que la empujé suavemente fuera del cobijo del árbol y la animé a caminar lo más rápido posible. Fueron 4 minutos bajo la lluvia y de árbol en árbol, pero no la solté ni un segundo y ella me agarró de la cintura.

Llegamos un poco mojados, sí, pero realmente el sitio era pequeño y estaba calentito.  Tipo tetería, con sus luces tenues y cojines para sentarse en el suelo. Cómo e íntimo.
Le recomendé el chocolate a lo árabe, una mezcla que hacían ahí. Aceptó y cuando llegó la taza la agarró para calentarse los dedos mientras el chocolate se hacía bebible sin riesgo de quemarse…

-Mira… -le cogí las manos. Se sorprendió.

-¿Cómo es que tienes las manos calientes?

Mantuve sus manos entre las mías. De verdad que no quería soltarlas. Su piel era suave. No puede evitar acariciarla. Ella sonrió y las soltó para dar un sorbo de su bebida. No pude evitar reirme cuando levantó la cara con una gota de nata pegada a la nariz. Ella se sonrojó y se limpió rápidamente. Me golpeó el hombro suavemente mientras reía. Dejó las manos sobre la mesa. Se las cogí de nuevo. Me miró sonriendo.

Fuimos charlando entre sorbo y sorbo de chocolate. Y cuando no bebíamos, las manos volvían a entrelazarse. Y mis dedos cada vez más atrevidos acariciaban su piel de manera menos discreta.

Se movió y dejó caer su cuerpo entre mis brazos.  Cogió mis manos y se rodeó con mis brazos. Su pelo aún estaba húmedo, pero me encantó sentirlo en mi cara. De nuevo su olor entró en mí. Apreté suavemente y dejé mis labios rozando su piel. Ella no se movió y me dejó mantener ese contacto casual pero no casual. Se me escapó un beso. Y ella se giró.

-¡Oye! –sonaba como a reprimenda pero su sonrisa era tan grande que sólo pude levantar los hombros sonriendo como un tonto y decir:

-¡No he podido evitarlo!

-Ven aquí – se encaró, puso su mano sobre mi cara y posó sus labios en los míos.
En esa  postura, pude sentir como sus pechos se aplastaban contra mí… La besé, mis labios se pegaron a los suyos y los entreabrió. Mi lengua salió tímidamente y se encontró con la suya. Nuestras manos se movieron acariciándonos. Yo no daba crédito, pero ella, con las manos aún no precisamente tibias acarició mi cuerpo bajo la camiseta. Un escalofrío me recorrió. Ella, al notarlo, intentó quitar las manos pero la agarré y entre besos dije que estaba bien.

La luz era baja. Estábamos en un rincón de aquel lugar… no sé si era eso o el calor de ese chocolate con un toque de menta y un poco de chile pero lo cierto es que tanto ella como yo nos olvidamos de dónde estábamos y dejamos nuestras manos atreverse a explorar nuestros cuerpos… la toalla que con que nos cubríamos terminaba por ayudar a la aventura.

Palpé sus pechos suavemente, notándolos firmes, grandes, pesados y con el pezón endurecido. Ella también pudo comprobar que algo en mí se había endurecido. Fueron siempre caricias, suaves, casi roces accidentales… y eso me excitaba sobremanera.
El contacto de su lengua, su piel suave, sus manos por mi cuerpo, mis manos en el suyo, bajo el vestido blanco… rozando el límite de su bikini, casi entrando pero limitándome a dibujar formas abstractas en sus muslos hacia su ingle… el tiempo volaba y yo no quería ni darme cuenta…

19/09/2009

Tregua

Te despiertas y te ríes al comprobar que estoy con la boca en tu pezón, jugando con él entre mis labios o con mi lengua. Siento tu mirada y levanto la vista sin separar mi boca de ti. Oigo tu voz somnolienta con esencia de sonrisa:

– ¿Qué? ¿A qué sabe?

Y me haces pensar. Por supuesto, no paro de lamer y chupar a pequeños sorbos un pezón y luego otro mientras pienso. Están endurecidos ya y tu respiración ha cambiado aunque mi intención no es excitarte la recorrer con la punta de la lengua el círculo de tu aureola.

– Sabe a muchas cosas -pronuncio entre dientes y las palabras salen de entre mis labios y el rosado apéndice que chupo-. Sabe a futuro y maternidad -beso-. Sabe a esperanza y vida. También a placer y deseo -beso, chupo-. Tiene el aroma del cariño y la esencia de lo íntimo -sorbo y sonríes; cosquillas-.

– Me gustas ¿sabes? -Te miro levantando las cejas. Te animo a seguir con un «uhhmm» de boca llena- Porque sabes usar muy bien esa lengua.

Te respondo rodeando tu pezón con ella. Beso. Lamo. Y tus manos cogen mi cabeza entre mis pelos.

– Y ahora -sonríes-, deja que el resto de mi cuerpo deje de estar celoso de mis pechos.

Beso. Lamo. Chupo. La lengua baja por vientre, hace garabatos de saliva por tus caderas y dibuja espirales en tus ingles antes entrar a firmar en tu entrepierna el final de esta tregua de sábanas.