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Relato corto

Consumirnos

El oxígeno que nos da la vida es también lo que nos la quita ¿lo sabías? Nos oxidamos y nos vamos descomponiendo, como esa pieza de hierro que se desmiga ya en el jardín tras tantos años.

El oxígeno es vida también para el fuego; se alimenta de él, como nosotros.

Y aquí estamos, tú y yo y así quiero acabar: que el oxígeno me dé la vida necesaria para consumirme contigo abrazados en la llama que nos dé calor hasta ser cenizas, pero cenizas que yacerán juntas bajo el árbol plantado por nuestros hijos.

Claudia

Siempre de blanco. Le encantaba ese color y cualquiera podría decir que iba con su carácter: dulce y educada, amable y respetuosa, inteligente y clara. Su madre, viuda desde poco después de que naciera, tenía los ojos siempre llenos de amor. Mientras sus compañeros de […]

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Tu estrella en mi boca

Tengo tu estrella en mi boca. Y siento como al contacto de mi lengua se deshace y pinta mis labios.

Te tengo ahí y su sabor ya me invade. Cierro los ojos y me dejo llenar por el aroma y la textura.

Tengo tu estrella en mi boca y es como tenerte a ti entera y cubrirte de besos, lamerte de pies a cabeza, sentirte mía y entregarme a ti.

Se deshace pero se extiende sobre mi lengua, cada vez menos fuera y más y más dentro de mí, nutriéndome de ti y de lo que eres mientras mis ojos sigan cerrados.

Es un recuerdo que eras y ahora tengo en mí. Es un presente que me sacia pero me hace ansiar el futuro. Ya voy.

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Un café tras 10 años

Hace poco que he empezado a beber café. Y me alegro de haber adoptado esta nueva costumbre: ahora sé lo que significa quedar para tomar un café. O tal vez simplemente sea que me alegro de tener una buena excusa para estar aquí, frente a ti, con dos tazas entre nosotros, vapor como tenue cortina que se va igual que se va, con cada minuto que pasamos aquí, todo este tiempo que ha pasado sin vernos.

¿Cuántos años han sido? ¿10? Puede ser. Y resulta que aquí estamos. Me hablas y, lo juro, te escucho. Pero también te miro. Te miro a los ojos y no es por simple cortesía. No. Te miro porque en ellos sigues siendo la misma de hace tanto tiempo. Veo tu simpatía, tu cariño, tu confianza. Veo todas esas cosas que sentía y que me alegro tanto de comprobar que siguen ahí. Miro algo más cuando apartas tu mirada, lo reconozco, pero me regalas media sonrisa al descubrir que mis ojos han bajado un poco. Y ya no apartas tus ojos de los míos, me absorbes.

Bajas la taza después de dar un sorbo y ahí está tu sonrisa. Una sonrisa que invita a sonreír contigo, con tus pómulos un poco sonrojados, redondos y dulces. Unos labios que forman un leve valle en el que quiero sumergir mis besos. Un deseo moderado por la madurez que ahora tenemos, pero un deseo que está aquí, al fin y al cabo. Nos alegramos de vernos. Nos alegramos de poder pasar este tiempo juntos.

Tu voz, sin embargo y a pesar de mantener ese tono tuyo, un poco agudo y suave, tiene ciertas sombras grises. Y la conversación, entonces, se va dirigiendo a esa zona oscura que sólo estás empezando a dejarme entrever. Pero sé que vamos a hablar de ello, siempre he tenido tu confianza, siempre me has ofrecido esta felicidad de saber que cuentas conmigo y me abres tu corazón.

Y a tus palabras llegan los miedos y dudas que ahora te atormentan. Deudas con el pasado, vida no vivida a cambio de crecer antes que los demás. Episodios de una serie no emitida, capítulos de un libro descartados antes de editarlo. Y te entiendo, te entiendo muy bien. En algún momento de mi vida he pasado por lo mismo que tú, así que sé de qué me hablas y sé un poco por lo que estás pasando.

Amiga, te digo, para pescar hay que mojarse. Pero piensa que el pez que ha escapado con la corriente es el pez que ya no vas a coger. A veces me salen metáforas sin querer. Lo que quiero decir es que ya no vas a tener los juegos de beber a los que jugamos los demás. Ya no vas a tener esas noches, esa música, esa ropa y tampoco vas a saber qué es eso de esperar a los lentos en la discoteca para poder dejarte abrazar y besar al chico que te gusta. Ya no.

Tuerces un poco el gesto y me dan ganas de tomarte las manos. Lo hago. Piel suave, como la recordaba. Relajas tu expresión. Me miras pidiendo más palabras, pero palabras que te devuelvan la sonrisa. No sé si voy a poder, pero te diré lo que pienso. Te seré sincero como siempre he sido: vive. Vive lo que tienes o vive lo que quieres. Acepta que algo has perdido; pero lo has perdido a cambio de ganar esto que tienes ahora y que te hace feliz.

No suelto tus manos.

No dejo de mirarte.

Aún no sonríes.

El café que queda se va enfriando.

Me levanto y me siento a tu lado. Paso mi brazo por detrás de tu espalda y apoyas tu cabeza en mi hombro. El silencio es cómodo. El calor de estar juntos relaja. Soy consciente de que existe el resto del mundo sólo porque veo algunas sombras moverse, pasar por delante de nosotros. Beso tu cabeza. Acaricio tus hombros. Huelo tu pelo.

Amiga, me alegro de estar aquí contigo después de tanto tiempo. Me alegro de volver a tu vida. Me alegro. Amiga, sonríe. Te hago cosquillas en el cuello y tus labios estallan en una risa que rompe el tiempo.

Amiga, estoy y ya no me voy. Te ayudaré a abrir las puertas que quieras abrir y a cerrar los armarios en los que se esconden las sombras que te asustan. Cuenta conmigo y confía en lo que digo igual que confías en lo que soy: vas a sonreír. Lo sé. Es así. Y sé que juntos vamos a descubrir cómo.

Mirada. Abrazo. Besos. Me regalas una sonrisa más y te abrazo para evitar el impulso de darte un beso que a los dos nos gustaría pero que no sería adecuado en estas circunstancias.

Hablaremos. Te escribiré. Escribiré sobre ti.

Hasta pronto.

Adiós en tono amarillo

Secó el sudor de su frente y miró al horizonte, donde el sol iniciaba su viaje al otro lado, dejando la playa cubierta por un brillo dorado. Tenía el gesto amargo que tenemos aquellos que escapamos de las despedidas como la sombra escapa al sol de mediodía en un campo de trigo.
 
A su espalda, el otoño llegaba y una brisa un poco histérica intentaba, sin éxito, sacudir a soplidos las hojas caducas. En su cara, resbalaban lágrimas doradas por el reflejo de la luz. En su garganta se ahogaba un grito agrio. En su corazón un rescoldo trataba de no morir ahoga. Y en el mar, la línea del horizonte sacaba su lengua de sol para engullir el barco en que ella iba ya, margarita sin pétalos, desnuda de aquellos silencios ardientes como el desierto.

Lloraba como un niño

Lloraba como un niño. Mojaba su pecho con mis lágrimas y sentía sus caricias en mi pelo y por mi espalda, intentando calmarme. Lloraba ella también.

Las palabras habían salido de mí lentas, desgarrándome por dentro. Confesé dudas, miedos, confesé infidelidades y estallé en lágrimas. Y ella me estaba consolando a mí.

Escrito originalmente el 4-7-2005

Esto sí que es un adiós

Fueron cuatro cachis de kalimocho. Seguidos y sin apenas respirar. Intenté ahogar mis penas y lo conseguí. Antes de levantarme me acerqué a ella y le di las gracias por haber logrado con sus palabras que yo llegara a esta situación.

No dije hasta luego como era mi costumbre. Dije adiós. Adiós y me levanté. A la primera. Acerté a dar tres pasos y luego caí. Mi frente golpeó el escalón de la entrada y se abrió. Sangre. Empezó a brotar sangre y el dolor me hizo vomitar. Se mezclaron los dos rojos, el espeso de mi sangre y el pálido del vino. Recuerdo haber apoyado mi mano en aquella sustancia en un vano intento por levantarme. Me desplomé y noté la calidez de la sangre al salir por la profunda herida. La calidez de mi vómito empapando mi ropa. Lo demás no existía. Para mi no había ruidos, ni música ni voces, ni siquiera sus gritos al intentar que me moviera. Luego, negro. Nada.

Al abrir los ojos tuve ganas de vomitar otra vez pero mi estómago estaba vacío. Y me di cuenta de dónde estaba. Una camilla, tubos, una ventana y tras ella la noche; y ella dormía en la silla junto a mí. No volví a dormirme, ni siquiera pensé en algo concreto. Mi mente viajó hasta que un rayo de luz entró e iluminó su cara. Poco a poco despertó. Una mirada interesada hacia mí. Luego una expresión preocupada. No se arrepentía de lo que había dicho, me di cuenta. Estaba ahí porque sabía que era la única persona que yo tenía en mi vida.

Apartó sus ojos de mí. Los míos se inundaron y las lágrimas empezaron a recorrer mi cara. Ni siquiera intenté mover la mano para secarlos. De cualquier manera, seguro que no hubiera podido. Tan agotado. Tanto.

Su mano apretó el timbre para llamar a la enfermera. Yo había despertado y no había peligro. Sin decir nada se me acercó. Un beso en la mejilla. Luego la puerta se cerró tras ella. Ahora sólo amigos. Suponiendo que volviera a verla. Lloré amargamente. Lloré aún mientras la enfermera me observaba. Parecía saber lo que me pasaba. Se acercó despacio y me abrazó maternalmente. No sé como lo logré pero moví los brazos y conseguí abrazarla fuertemente. Lloré sobre su hombro como un niño pequeño hasta calmarme.

Cuando me dieron de alta, recogí mis pertenencias y las metí en la bolsa de viaje. No me quedaba nada. Ni nadie. Caminé y caminé. Atrás quedaba todo, también ella. Tú.
Por eso te escribo esta carta. Porque no te quedaste atrás. Nunca has salido de mi corazón y sé que no me has olvidado. Te escribo por última vez, me iré lejos intentando olvidarte. Pero mientras, deja que te diga lo que te he dicho en los cientos de cartas anteriores:
Te quiero.

Ahora ya será definitivo.

Ahora sí que esto es un adiós.

Versión corregida. Texto escrito originalmente: 14-02-98

Ácido o no

-Es que las ranas croan mucho y los arboles no lloran hojas pues el viento se las arrancó.
-Graniza.
-Es que el cielo no soporta las penas y las deja caer a tierra donde entran hasta las raíces del alma y brotan como flores de alegría.
-¡Qué frío!
-La sangre fluye lenta y necesita de la luz para alimentarse. Abre tu piel y deja que respire tu alma, siente la caricia de Ra y ríe porque la dicha está contigo.
-¿Nos vamos?
-Dame otro azucarillo… por favor…

Escrito originalmente el 7 – 03 – 05

Es así

Entre mis barbas quedan enredados aún tus besos y por mis dedos juegan a esconderse como una sombra los restos del olor de tu cuerpo. Como un tatuaje queda el recorrido de tus manos por mi cuerpo marcado hasta las venas.

Pero tu ausencia. Ahora tu ausencia llena este cuarto, empuja las paredes sobre mí y hace del aire sucio alquitrán que ahoga mis pulmones.

Quiero que el alba deje su caprichoso paseo y te traiga a mi lado. Es así.

(Escrito originalmente en 2006)

Ese otro amor

Tras las ventanas más allá del sofá en el que estás con ella, la noche crece. Un momento de silencio. Y la miras cuando se levanta a servirse otra taza de té. Sonríes. Sonríes porque así, compartiendo una taza de té y un plato de […]

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