Campanas de boda
Limpió el sudor de su frente y volvió a lavar los pañuelos. Los puso a secar cerca del fuego y volvió a la habitación. Acarició la cara de su esposo y besó su frente.
– Deberías marcharte, dejarme ya y no desperdiciar tu vida.
– Cállate –ahogó sus lágrimas- no hables, necesitas descansar.
– Por favor, hazme caso…
Le besó en los labios y colocó las mantas. “Si me voy ya no tengo donde vivir. Mis padres no me aceptarán de nuevo… me fui demasiado rápido. Ellos no sabían nada. No saben nada, porque no imaginan cuanto te quiero. Para ellos eres el boticario, un ser horrible que se aprovecha de una joven. Pero tú no eres así. Ellos no saben nada de nuestro amor. No comprenden que te amo desde hace ya muchos años y que sólo por mi insistencia tu accediste a reconocer tus sentimientos.” Su violenta tos la sacó de sus pensamientos y acudió a limpiar las gotas de sangre.
Fuera continuaba lloviendo. Algunos vecinos ya volvían del campo y miraban de reojo hacia la botica, cerrada por enfermedad. Los que pasaron unas horas más tarde vieron salir a Sofía hacia la iglesia, corriendo sin taparse y descalza. Ya desde sus casas, varias mujeres, mirando a través de la ventana, la vieron volver de la mano del cura.
– Sólo tienes que decir que sí cariño.
– Hija, en estas condiciones no sé si debo continuar.
– Padre, por favor, cásenos –bajó la mirada y ahogó un sollozo- no le he traído aquí para darle al extremaunción. Por favor –susurró.
El sacerdote accedió. Abrevió todo lo posible el ritual del matrimonio y aceptó como válidas las inteligibles palabras del boticario entre accesos de tos y ahogos.
– Sí, quiero.
– Sí –tosió- quiero…
Se besaron. El cura se retiró y apenado pudo comprobar como entre los brazos de la joven colgaba inerte el cuerpo del boticario, palideciendo por segundos. Salió del dormitorio, esperó en la cocina a recuperar la calma y superar la emoción y abandonó la casa. Sonaron campanas de duelo y todos supieron por quien doblaban. Sofía lloraba desconsolada, sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el borde de la cama y las manos acariciando a su marido.