Esto sí que es un adiós
Fueron cuatro cachis de kalimocho. Seguidos y sin apenas respirar. Intenté ahogar mis penas y lo conseguí. Antes de levantarme me acerqué a ella y le di las gracias por haber logrado con sus palabras que yo llegara a esta situación.
No dije hasta luego como era mi costumbre. Dije adiós. Adiós y me levanté. A la primera. Acerté a dar tres pasos y luego caí. Mi frente golpeó el escalón de la entrada y se abrió. Sangre. Empezó a brotar sangre y el dolor me hizo vomitar. Se mezclaron los dos rojos, el espeso de mi sangre y el pálido del vino. Recuerdo haber apoyado mi mano en aquella sustancia en un vano intento por levantarme. Me desplomé y noté la calidez de la sangre al salir por la profunda herida. La calidez de mi vómito empapando mi ropa. Lo demás no existía. Para mi no había ruidos, ni música ni voces, ni siquiera sus gritos al intentar que me moviera. Luego, negro. Nada.
Al abrir los ojos tuve ganas de vomitar otra vez pero mi estómago estaba vacío. Y me di cuenta de dónde estaba. Una camilla, tubos, una ventana y tras ella la noche; y ella dormía en la silla junto a mí. No volví a dormirme, ni siquiera pensé en algo concreto. Mi mente viajó hasta que un rayo de luz entró e iluminó su cara. Poco a poco despertó. Una mirada interesada hacia mí. Luego una expresión preocupada. No se arrepentía de lo que había dicho, me di cuenta. Estaba ahí porque sabía que era la única persona que yo tenía en mi vida.
Apartó sus ojos de mí. Los míos se inundaron y las lágrimas empezaron a recorrer mi cara. Ni siquiera intenté mover la mano para secarlos. De cualquier manera, seguro que no hubiera podido. Tan agotado. Tanto.
Su mano apretó el timbre para llamar a la enfermera. Yo había despertado y no había peligro. Sin decir nada se me acercó. Un beso en la mejilla. Luego la puerta se cerró tras ella. Ahora sólo amigos. Suponiendo que volviera a verla. Lloré amargamente. Lloré aún mientras la enfermera me observaba. Parecía saber lo que me pasaba. Se acercó despacio y me abrazó maternalmente. No sé como lo logré pero moví los brazos y conseguí abrazarla fuertemente. Lloré sobre su hombro como un niño pequeño hasta calmarme.
Cuando me dieron de alta, recogí mis pertenencias y las metí en la bolsa de viaje. No me quedaba nada. Ni nadie. Caminé y caminé. Atrás quedaba todo, también ella. Tú.
Por eso te escribo esta carta. Porque no te quedaste atrás. Nunca has salido de mi corazón y sé que no me has olvidado. Te escribo por última vez, me iré lejos intentando olvidarte. Pero mientras, deja que te diga lo que te he dicho en los cientos de cartas anteriores:
Te quiero.
Ahora ya será definitivo.
Ahora sí que esto es un adiós.
Versión corregida. Texto escrito originalmente: 14-02-98