En la barra

Sentada en la barra, toda de negro con el pelo apenas domado en un moño que desafía la gravedad mientras, casualidades de la vida, suena Franco Batiato buscando su «centro di gravitattá».

El hielo del whisky frente a ella es el iceberg contra el que choca su mirada de ojos oscuros y mirada profunda llena de pensamientos que se hunden antes de alcanzar sus labios.

Sus pómulos, redondos, suaves, podrían albergar, tal vez, una sonrisa.

El bar se llena de conversaciones, algunas risas, con la música flotando sobre ellas. Y sobre ella, que pega sus labios al vaso y da un sorbo diminuto, alargando la excusa para seguir en esta barra igual que alarga la mano para picar unas palomitas que le han servido.

Como yo alargo el tiempo para reunir el valor de acercarme para que esos labios me cuenten lo que sus ojos guardan.

Pero la barra se llena. Ella habla. Ellos hablan. Aparece la sonrisa, riela en su rostro la belleza, pero su mirada… Su mirada me hace volverme antes de salir del bar pensando en muchos «y si».

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