Una caricia

El hilo musical trata en vano de ocultar el murmullo de conversaciones. Sesenta y cinco centímetros de madera entre tú y yo. Lo sé porque al alargar mi brazo no alcanzo a tocarte, lo cual te anima a burlarte de mis intentos lanzándome tu mirada pícara y esa sonrisa traviesa.

Las palabras de nuestra conversación se entrelazan, nuestras sílabas se besan a la luz templada de nuestras pupilas y nadie lo ve porque nadie lo entiende: es nuestro propio idioma, nuestra comunicación por encima de lenguas y fronteras.

Como siempre, al salir, tu breve pelea con la puerta. Como siempre, mi risa y mi gesto de ayuda que sé que no aceptarás. Un detalle más de tantos que te hacen tan especial.

Pasos por los adoquines. Aire fresco con los primeros tintes de la primavera, turistas con sus cámaras, algún coche, el semáforo en rojo, la espera por el verde y, en un momento como cualquier otro, mezcla de accidente e intención, nuestras manos se tocan y en ese escalofrío que recorre nuestros cuerpos viajan miles de emociones. Nos callamos. Nos miramos. Me acerco a tu cara. Sonríes: está en verde, cruzamos y dejamos atrás un beso no escrito.

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