La hora de preparar la cena
A mi espalda, una mujer cocina. Corta, calcula cantidades, limpia, cuece, fríe… la miro absorto, pero no porque quiera aprender su receta. La miro y ni siquiera pienso que está haciendo nuestra cena. La veo moverse al ritmo de la música que se ha puesto de fondo, bailando absorta sin ni siquiera darse cuenta de que la estoy observando. Mis ojos siguen sus gestos, atentos a los mínimos detalles que hacen de ella tan diferente, tan especial para mí. No puedo aparta la mirada de ella, llego a la conclusión de que, efectivamente, es la mujer con la que siempre he soñado. Sólo con mirarla reconozco la simpatía, el ánimo, esa energía vital que brota de ella e impregna la estancia en la que esté; sólo con mirarla preparar nuestra cena recuerdo una vez lo enamorado que estoy de ella y lo seguro que estoy de que será la mujer de mi vida.
Si no fuera porque estoy completamente convencido de que ella es mi novia y de que estoy despierto, este podría ser el sueño del que nunca quisiera despertar.
Sábado, 14 de enero de 2006.