Distancia fingida. Aparente separación. Inevitables palabras.
Dejamos la acera para entrar en el camino del parque. Apenas unos metros, porque ya es inaguantable. Y sucede.
Mi mano se prende de tu brazo, mi cuerpo se acerca al tuyo y el corazón se me desboca. Milésimas de segundo separan tu rostro del mío. Una eternidad que cruzo a ciegas sintiendo que salto al vacío. Alegría y miedo. Esperanza y miedo. Deseo, pasión, añoranza, sueños que fueron y en este instante son. El aire entra frío en mis pulmones. No sé qué piensas. No sé qué sientes.
Siento la suave tibieza de tus labios en los míos. Una fracción de segundo después comprendo que es real. Otra más y el miedo se extingue. El resto sirven para transformar ese contacto en una fusión de sonrisas que laten al unísono. Una descarga de alegría estremece mi cuerpo. Siento que no me cabe dentro y que tengo que ahogar una lágrima de emoción.
Silencio sonriente. Miradas silenciosas. Tu reproche es dulce, te vuelves, empiezas a caminar. Reacciono, te alcanzo, te miro: te brillan los ojos de felicidad.
Se acabó el invierno.