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27 agosto, 2016

Llovía muchísimo

Llovía muchísimo. Un tormenta tonta de verano, no por habitual menos sorprendente. Tanto, que me encontró en la playa y a duras penas conseguí salir de la arena con todas mis cosas. Y, claro, gente que había sido más rápida que  yo ya ocupaba la marquesina de la parada de autobús así que tuve que guarecerme bajo uno de los árboles que adornaban el paseo junto a la playa. Eran más o menos las 7 de la tarde.

Podría lamentarme del frío o de estar mojado, pero la verdad es que pronto me olvidé de todo: a mi lado, con el pelo goteando y un vestido ibicenco medio empapado que traslucía un bikini negro estaba la chica más guapa que yo hubiera podido imaginar. Confieso que el hecho de que dejara entrever su bikini me resultaba… vamos a decir “estimulante”, pero es que luego, siempre de reojo, comprobé lo larga que era su melena y lo bonitos que eran sus ojos, por muy teñidos de rabia que estuvieran teñidos en ese momento.

–          Vaya mierda ¿no?

No hubo respuesta. Creo que ni me escuchó.

–          ¿Quieres taparte bajo mi toalla? Menos es nada…

Ahí ya me miró. Comprobó que no parecía un mal tipo, volvió a mirar la que estaba cayendo y sin decir una palabra levantó los hombros y dio un paso para acercarse más. Yo estiré la toalla y la cubrí.

– ¿Estabas en la playa? –dije, y una fracción de segundo después me di una fuerte palmada imaginaria en la frente: si había una frase más estúpida y una respuesta más obvia sería difícil encontrarla.

– Sí –respondió, sorprendentemente- y lo malo es que justo acababa de llegar.

– ¿Tan tarde? –vi que no era una buena pregunta y maticé – ¿es que trabajas o algo así?

-Algo así –y esbozó una sonrisa- pero intento aprovechar las últimas horas del día siempre que puedo. Y hoy no ha podido ser, ya ves. Qué mierda…

Confieso que ver que me seguía la conversación me dejó tan aturdido que apenas podía pensar qué más añadir para no perderla por parecer estúpido…  Improvisé algo.

-¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Cómo no hay playa se acabó el día? – improvisar no es lo mío, comprobado, así que mostré la mejor de mis sonrisas para no parecer un entrometido ni un ligón al asalto.

-Sí, supongo… – no sé siquiera si llegó a ver mi sonrisa pues tenía la mirada más bien perdida entre las nubes grises y la cortina de agua.

Tronó.

Y noté que un ligero temblor le recorría el cuerpo, justo antes de moverse apenas unos centímetros más cerca de mí.

-¿Tienes frío o es miedo? –dije a modo de broma.

Y entonces me miró. Sí, en ese momento sí que me miró y lo hizo directamente a los ojos… y ahí ya me di por perdido. Fue tan intenso que incluso mi ojos ignoraron la orden del cerebro de comprobar la forma de sus pechos –esa mirada furtiva que todo chico realiza al menos una vez por minuto-.

-Desde pequeña tengo un miedo incontrolable a los truenos. No sé qué trauma será –intentó sonreír-  pero la verdad es que no lo puedo controlar. Así que, por favor, no te vayas corriendo si llega tu autobús ¿vale?

-Tranquila, no lo haré –“¡no me iría ni corriendo ni andando! Vamos, con lo preciosa que eres…” pensé. Sonrió y se acercó dos milímetros más.

-Coge este extremo de la toalla –y le ofrecí el que yo sostenía sobre su cabeza y ella lo tomó entre sus dedos. Bajé mi brazo, despacio, rozando su espalda y la agarré del hombro – ¿mejor así?

En la mirada que me lanzó sentí una mezcla de sorpresa y agradecimiento. Sonreí y por dentro suspiré. Creo que llegué a sentir como me temblaban las piernas de la tensión.
Silencio. Pero un silencio cómodo. Sólo interrumpido por un trueno que propició que ella se aproximara más y yo pudiera estrecharla más en mi abrazo. Sentí el olor de su piel, mezcla de crema y la sombra del perfume que debió de ponerse para su trabajo o lo que fuera. Cerré los ojos y traté de retener ese momento para siempre en mi memoria. Su cabeza se apoyó en mi hombro. Suspiré. Y ese suspiro sí que salió. Noté –no sé cómo, pero lo noté- que sonreía.

-¿Tienes prisa? Porque igual es mejor ir a tomar algo caliente en lugar de esperar aquí…

-La verdad es que sí que tengo frío… pero no sé, así mojada en un café igual me enfrío más… – recé para que esa opción fuera descartada… -. Bueno, si conoces un sitio muy muy cerca… -¡funcionó mi oración!

Tuve que pensar más rápido que nunca antes en vida dónde ir, pero no dejé de agarrar su hombro ni sentir su cuerpo junto al mío. Por suerte un pequeño  café-bar que conozco estaba a unos metros después de cruzar la calle. Así que la empujé suavemente fuera del cobijo del árbol y la animé a caminar lo más rápido posible. Fueron 4 minutos bajo la lluvia y de árbol en árbol, pero no la solté ni un segundo y ella me agarró de la cintura.

Llegamos un poco mojados, sí, pero realmente el sitio era pequeño y estaba calentito.  Tipo tetería, con sus luces tenues y cojines para sentarse en el suelo. Cómo e íntimo.
Le recomendé el chocolate a lo árabe, una mezcla que hacían ahí. Aceptó y cuando llegó la taza la agarró para calentarse los dedos mientras el chocolate se hacía bebible sin riesgo de quemarse…

-Mira… -le cogí las manos. Se sorprendió.

-¿Cómo es que tienes las manos calientes?

Mantuve sus manos entre las mías. De verdad que no quería soltarlas. Su piel era suave. No puede evitar acariciarla. Ella sonrió y las soltó para dar un sorbo de su bebida. No pude evitar reirme cuando levantó la cara con una gota de nata pegada a la nariz. Ella se sonrojó y se limpió rápidamente. Me golpeó el hombro suavemente mientras reía. Dejó las manos sobre la mesa. Se las cogí de nuevo. Me miró sonriendo.

Fuimos charlando entre sorbo y sorbo de chocolate. Y cuando no bebíamos, las manos volvían a entrelazarse. Y mis dedos cada vez más atrevidos acariciaban su piel de manera menos discreta.

Se movió y dejó caer su cuerpo entre mis brazos.  Cogió mis manos y se rodeó con mis brazos. Su pelo aún estaba húmedo, pero me encantó sentirlo en mi cara. De nuevo su olor entró en mí. Apreté suavemente y dejé mis labios rozando su piel. Ella no se movió y me dejó mantener ese contacto casual pero no casual. Se me escapó un beso. Y ella se giró.

-¡Oye! –sonaba como a reprimenda pero su sonrisa era tan grande que sólo pude levantar los hombros sonriendo como un tonto y decir:

-¡No he podido evitarlo!

-Ven aquí – se encaró, puso su mano sobre mi cara y posó sus labios en los míos.
En esa  postura, pude sentir como sus pechos se aplastaban contra mí… La besé, mis labios se pegaron a los suyos y los entreabrió. Mi lengua salió tímidamente y se encontró con la suya. Nuestras manos se movieron acariciándonos. Yo no daba crédito, pero ella, con las manos aún no precisamente tibias acarició mi cuerpo bajo la camiseta. Un escalofrío me recorrió. Ella, al notarlo, intentó quitar las manos pero la agarré y entre besos dije que estaba bien.

La luz era baja. Estábamos en un rincón de aquel lugar… no sé si era eso o el calor de ese chocolate con un toque de menta y un poco de chile pero lo cierto es que tanto ella como yo nos olvidamos de dónde estábamos y dejamos nuestras manos atreverse a explorar nuestros cuerpos… la toalla que con que nos cubríamos terminaba por ayudar a la aventura.

Palpé sus pechos suavemente, notándolos firmes, grandes, pesados y con el pezón endurecido. Ella también pudo comprobar que algo en mí se había endurecido. Fueron siempre caricias, suaves, casi roces accidentales… y eso me excitaba sobremanera.
El contacto de su lengua, su piel suave, sus manos por mi cuerpo, mis manos en el suyo, bajo el vestido blanco… rozando el límite de su bikini, casi entrando pero limitándome a dibujar formas abstractas en sus muslos hacia su ingle… el tiempo volaba y yo no quería ni darme cuenta…

19/09/2009

Culpable

y aquel rasguño se me abría,
y ya tardaba en cicatrizar

Escribí en la noche con los labios, a brochazos de sangre:
«PERDÓN»
y caí al suelo rodeado de hielo.
El frío comenzó a tener su telaraña sobre mi cuerpo y mi mirada trepó fuera de mi cara y huyó, para buscarte, a lomos de una gaviota. Sobrevoló mares, montañas doradas por el alba y valles arropados por la noche, viajó buscándote por todo el globo.
Pero emprendió el regreso sin haberte hallado.
Entreabrí la boca y la escarcha me invadió el pecho
y aquel rasguño se me abría,
y ya tardaba en cicatrizar

Regresaba de nuevo entre el hielo mi perdida mirada y ya me daba por muerto sin una última caricia de tu sonrisa. Se cubrieron mis ojos de cristal recordando aquel sueño que viví de
ir más allá de lo permitido,
por los fluidos que recorren el cuerpo

someterme a tu hechizo, olvidando mentir
en otro nivel, no querer recordar
ni siquiera el pasado
que sientes que está
completamente agotado

y entonces, mi mirada se posó a mi lado, se volvió hacia mi rostro vacío y descubrí que tus manos me estaban acariciando. Tus labios tibios rompieron la prisión de mis ojos y el silencio clamoroso de tu mirada perdonándome rompió la red que atrapaba. Y en el abrazo que nos dimos desperté, te miré de nuevo y sentí como tus labios se movían:
«te perdono».

se nublan los ojos
todo de un mismo color
mientras todo da igual