En la mesilla…

En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Recogió sus bragas, los zapatos y el vestido y salió de la habitación. Mientras terminaba de colocarse el pelo lo más decentemente posible que se podía permitir, un beso en el hombro la sorprendió:
– Eres mala.
– Tengo cosas que hacer y tú lo sabes mejor que nadie -respondió, con un tono mezcla de broma y de reproche.

– Y tú sabes que estas siestas conmigo te ayudan a estar descansada -besó su hombro-, relajada -acarició su vientre-, ¡y al cien por cien! -la giró completamente y besó su boca.
– ¡Suelta! -ella se giró para mirarse de nuevo en el espejo y comprobar que ese movimiento brusco de antes no había estropeado su peinado – Ahora no estoy para juegos. Me voy, ya te veré -se paró para besarle la nariz y hacerle cosquillas-. Ya sabes que te veré – y guiñó el ojo.
Él caminó a su lado hasta la puerta y la despidió con un beso que le supo igual que intenso y gratificante que el primero, a escondidas, entre las estanterias de la biblioteca.
– Estudia mucho, cariño… y, por favor, ¡no vuelvas a llegar tarde a mi clase! Que últimamente no sé qué harás -sonrió y le guiñó un ojo- pero llegas siempre retrasada y como acalorada -las carcajadas de ambos salieron del entresuelo escaleras abajo y resonaron aún mientras ellos se daban el último beso del día pero el primero de muchos más.

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