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Relato corto

Despedida

El dolor me hace vomitar un alma ensangrentada. Y de mi espalda brota un par de las rompiendo mi carne, se extienden al sol para demostrar que no son alas sino ramas de un viejo árbol muerto, no son la puerta del cielo sino el anclaje a la tierra. Un grito desgarra mi garganta, se hunden mis raíces en la tierra y de mis ojos brotan chorros de luz que se extinguen dejándome ciego. Siento en mi piel el viento gélido y el hielo cortándome, puedo oír en el aullido del viento el eco de mi grito enquistado entre miles de voces sollozantes, gemidos y gritos. Ni puedo llorar, las lágrimas congeladas se me clavan en la pupila…

No puedo

No puedo respirar el aire.
No puedo sentir el calor.
No puedo usar mi voz.

Abro la boca como un pez tirado al suelo y brota una mezcla de gemido y aullidos que se baña con las lágrimas que caen de mis ojos.
Duele como nunca ha dolido.
Arcadas que golpean un estómago vacío desde hace días.
Recuerdos.

Consejos que no atiendo, voces que no escucho y sólo tu mirada en mi cabeza, tu voz en mi cabeza, tus palabras en mis venas envenenando cada célula de este cuerpo. Un trozo de carne que busca agotarse para dejarte de lado, materia inerte que quiere que acabe ya el proceso de descomposición.

Porque si pudiera me arrancaría el corazón y lo aplastaría contra el suelo.
Porque si pudiera mataría este alma enamorada sin remedio.
Porque si pudiera te olvidaría…

… pero no es así.

A la noche no le importas

«A la noche no le importas una mierda».

Levantó la cabeza sintiendo gotas de sudor frío que le caían por la frente, buscando la cara que decía esas palabras. Sentía en la palma de su mano el frío de la pared en la que se intentaba apoyar y sentía el olor amargo y ácido del vómito salpicado entre sus pies.

«Podrías quedarte aquí tirado y a nadie le importaría» continuó la voz.

Con gran esfuerzo, giró la cara y empujó sus ojos todo lo arriba que pudo para intentar ver algo. Apenas alcanzó a ver una figura que se recortaba sobre la luz al fondo de una farola moribunda. Sintió sus piernas temblar por el esfuerzo de mantenerlo erguido y en su cerebro empantanado algunas ideas empezaron a intentar despegarse del limo del alcohol que las tenía presas.»

¿Se puede saber qué intentas» siguió la voz «además de matarme con ese olor a mierda y esa mirada vidriosa?» Reunió sus fuerzas, se irguió y consiguió girar sobre sus pies hasta poder dejarse caer contra la pared. En lateral, intentó dar un paso de lado. Pero la tierra giraba demasiado rápido para él. Intentó abrir la boca. «¿Quién eres y qué quieres de mí? ¿Qué coño miras? ¿De qué cojones me estás hablando?» pensó. Pero sólo escuchó una serie de gruñidos ininteligibles salir de su garganta pegajosamente, arrastrándose a duras penas, y que cayeron a sus pies como aquellas últimas gotas de vómito.

«A la noche no le importas una mierda. Y a mí tampoco».

Un corto paso y luego otro. La mirada clavada en la sombra recordada contra la luz. Jadeos y suspiros. Más sudor y el vómito del suelo queda ya un poco atrás. Los ladrillos de la pared manchan y arañan su ropa. Pero consigue acercarse un poco más. La silueta oscura empieza a tener más detalles. La sombra saca sus brazos de detrás de la espalda y separa sus brazos. Uno de ellos es mucho más largo que el otro. Con una forma más cilíndrica. «No soy una mierda» consigue decir entre saliva espesa y restos de vómito.

«No soy una mierda». Un jadeo. «Tú -respira-. Tú eres una mierda. Ahí, hablas y miras. No me ayudas». Ya envalentonado al ver que consigue articular sus palabras, continúa-. Aquí sólo tú eres una mierda. Una puta mierda eres.»

Un paso y a está más cerca de la sombra. Le parece oír una risa seca que mezcla desprecio y asco y le alcanza el pecho como una cuchillada. Hay algo familiar en esa voz que ya no le habla pero que le sigue golpeando dentro.

«¿Quién eres y qué haces aquí?» grita apoyado en la pared y alargando sus brazos. La respuesta le llega en forma del dolor de los huesos de su mano al romperse. Grita con sorpresa y el dolor se lleva consigo parte de su borrachera. Se coge la mano. Afina sus ojos. Ve algo más contra la luz. Ve el tubo metálico que aquella mano sostiene y el terror empieza a apoderarse de él. Intenta moverse, pero su cuerpo aún está aletargado por el alcohol y ni el pánico consigue hacer que se mueva más rápido.

«A la noche no le importas una mierda» insiste la voz al tiempo que el tubo de metal golpea el pecho y hunde dos costillas. «A esta noche que pronto se acabará le importa muy poco marcharse y dejarte atrás» un golpe que le rompe la mandíbula y llena de dolor su cerebro, le hace temblar las piernas. Levanta los brazos en un intento de cubrirse y protegerse de los golpes que vendrán. Pues sabe que habrá más.

«No le importas una mierda a nadie» y el siguiente golpe le alcanza en la cabeza, que rebota contra el muro salpicándolo de sangre y restos de hueso.

«A nadie, papá. Ya no».

24/01/2014

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Quedan, ahora, el miedo, mi odio a mi mismo y la mirada vidriosa frente al espejo de un borracho arrepentido que sabe que perdió su oportunidad y aún no se atreve a dar el paso para olvidar y morir… o vivir sin ti, que es igual.

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