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octubre 2015

Todo encaja

 

Todo encaja. Pero no.

Dos piezas que colocas juntas, parece que encajan, parece que forman el mismo dibujo, parece que así tienen que estar. Pero no. Resulta que no. Encajan, sí. Pero no, no funciona así.

Y lo curioso es que ni una ni otra pieza pueden cambiar de forma. Ni una ni otra pueden adaptarse a la contraria. Simplemente encajan pero no.

Y están ahí, juntas. Bien, aparentemente en armonía, hasta que el resto del puzzle se compone y resulta que hay en otra parte un hueco para una de ellas. Y en este momento de separar las dos piezas que encajan pero no van juntas estamos tú y yo. Juntos y sabiendo que un hueco de vacío va a quedar pronto a nuestro lado.

Y no importa quien no encaja en realidad en quien. Y no importa quien encuentra antes ese hueco que le espera y donde de verdad va a estar. No importa eso porque eso es lo que pasa después de fragmentarse de nuevo. Eso, todo eso, pasa ya después de volver a ser 2 y no 1, parte y no todo. Una parte que resulta ahora, sin la otra, tan insignificante que se siente como nada, como un vacío que se suma al vacío dejado por la partida de la otra mitad.

Imagina un puzzle al que al quitarle una pieza todo el resto comienza a desmoronarse y caer por una espiral de vacío oscuro. Si puedes ver esa espiral negra que engulle aquella belleza de la que formamos parte otro tiempo, entonces puedes verme.

Pero ya no.

Aquí

Aquí a mi lado

¿Quién eres? ¿Por qué entras así en mis sueños y escondes tu cara? ¿De dónde vienes? Te tengo, te siento. Estás. Y todavía no sé casi nada de ti, apenas unas palabras susurradas en la noche… Apenas una caricia tan breve que no puedo saber si ha sido intencionada o sólo un accidente.

Pero estás. Aquí. Puedo sentirte a mi lado porque siento mi costado tibio, mi mano derecha caliente mientras la fría se esconde del frío en mi bolsillo. Estás porque no me siento solo. Estás y lo sé aunque no puedo verte.

Y a veces simplemente me dejo llevar y disfruto de esta sensación. Otras, sin embargo, me corroen las dudas y el miedo a perderte: no sé qué podría hacer para retenerte. Si no te conozco ¿cómo hacer lo que debo hacer para gustarte? ¿Cómo elegir qué es lo correcto? ¿Cómo, si no sé nada de ti en realidad?

Pero cuando las dudas parecen ahogarme y el miedo se siente como un bloque de cemento que me hunde, resulta que precisamente tú me salvas. Y de una manera sorprendente: vuelvo a sentirte a mi lado y me doy cuenta de la clave. Descubro la solución a mi incertidumbre.

Es casi tan simple que me hace reír. Gracias. Estás aquí, a mi lado y me proteges y me cuidas, me das calor y me animas, me sacas de la cama por la mañana y me arropas por la noche. Estás aquí y no debo tener miedo: estás porque quieres estar, porque soy como soy y soy tal como soy. Porque así es como esperas que sea. Porque, sencillamente, sólo debo seguir siendo yo para tenerte, sin cambiar, sin imposiciones, sin prohibiciones ni súplicas.

Te siento. Soñando y despierto. Te espero, sin cambiar, con la mano siempre abierta y el corazón dispuesto a aceptarme para ser tuyo.