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mayo 2015

No voy a mentir

dormir juntos

Leo (y has leído) muchas veces textos y poemas donde alguien mira a su amada o amado mientras duerme. Es bonito. Incluso me gusta.

Pero no voy a mentir: yo no te miro. No. Yo me quedo dormido.

Me duermo casi al tumbarme en la cama, casi, pero no antes de alargar mis brazos y rodearte con ellos. Me duermo, sí (y lo sabes porque, aunque me das la espalda, oyes cómo ronco). Es cierto ¿para qué negarlo?

Pero lo que, creo, importa es que me duermo con una sonrisa. Me duermo tranquilo, confiado, seguro. Me duermo sintiéndome fuerte y protector: estás en mis brazos, te sientes segura, tranquila, relajada y querida. A veces te duermes antes que yo (a veces significa, en realidad y ya que estoy siendo sincero, casi nunca) y te miro, sí. O acaricio tu vientre y tu pecho muy suave hasta que el sueño me vence. O siento esos pequeños espasmos del sueño, en tus manos y tus pies (fríos).

Me duermo pero no sin antes besarte la frente, dejarte mi sonrisa en los ojos y llevarme la tuya a mis sueños.

No voy a mentir: no he pasado la noche en vela guardando tu sueño. Pero he pasado muchas veces la noche dormido porque estaba contigo, gracias a ti, con el ritmo de tu respiración marcando el paso de mis sueños y la ilusión de saber que por la mañana, a pesar de que esos rayos de sol que entran por la ventana en realidad me matan (y no son «dulces caricias» ni nada así, ya he dicho que no voy a mentir) y me hacen protestar y taparme con la almohada…

La ilusión, digo, de saber que si abro los ojos estás ahí. Que si me muevo sentiré tu cuerpo.

O no, pero entonces lo que sentiré será el olor del desayuno que preparas. Y el día ya empezará a valer la pena, esperando que termine para volver a esta cama, a ti, a dormirme contigo.

Lloraba como un niño

Lloraba como un niño. Mojaba su pecho con mis lágrimas y sentía sus caricias en mi pelo y por mi espalda, intentando calmarme. Lloraba ella también.

Las palabras habían salido de mí lentas, desgarrándome por dentro. Confesé dudas, miedos, confesé infidelidades y estallé en lágrimas. Y ella me estaba consolando a mí.

Escrito originalmente el 4-7-2005

Esto sí que es un adiós

Fueron cuatro cachis de kalimocho. Seguidos y sin apenas respirar. Intenté ahogar mis penas y lo conseguí. Antes de levantarme me acerqué a ella y le di las gracias por haber logrado con sus palabras que yo llegara a esta situación.

No dije hasta luego como era mi costumbre. Dije adiós. Adiós y me levanté. A la primera. Acerté a dar tres pasos y luego caí. Mi frente golpeó el escalón de la entrada y se abrió. Sangre. Empezó a brotar sangre y el dolor me hizo vomitar. Se mezclaron los dos rojos, el espeso de mi sangre y el pálido del vino. Recuerdo haber apoyado mi mano en aquella sustancia en un vano intento por levantarme. Me desplomé y noté la calidez de la sangre al salir por la profunda herida. La calidez de mi vómito empapando mi ropa. Lo demás no existía. Para mi no había ruidos, ni música ni voces, ni siquiera sus gritos al intentar que me moviera. Luego, negro. Nada.

Al abrir los ojos tuve ganas de vomitar otra vez pero mi estómago estaba vacío. Y me di cuenta de dónde estaba. Una camilla, tubos, una ventana y tras ella la noche; y ella dormía en la silla junto a mí. No volví a dormirme, ni siquiera pensé en algo concreto. Mi mente viajó hasta que un rayo de luz entró e iluminó su cara. Poco a poco despertó. Una mirada interesada hacia mí. Luego una expresión preocupada. No se arrepentía de lo que había dicho, me di cuenta. Estaba ahí porque sabía que era la única persona que yo tenía en mi vida.

Apartó sus ojos de mí. Los míos se inundaron y las lágrimas empezaron a recorrer mi cara. Ni siquiera intenté mover la mano para secarlos. De cualquier manera, seguro que no hubiera podido. Tan agotado. Tanto.

Su mano apretó el timbre para llamar a la enfermera. Yo había despertado y no había peligro. Sin decir nada se me acercó. Un beso en la mejilla. Luego la puerta se cerró tras ella. Ahora sólo amigos. Suponiendo que volviera a verla. Lloré amargamente. Lloré aún mientras la enfermera me observaba. Parecía saber lo que me pasaba. Se acercó despacio y me abrazó maternalmente. No sé como lo logré pero moví los brazos y conseguí abrazarla fuertemente. Lloré sobre su hombro como un niño pequeño hasta calmarme.

Cuando me dieron de alta, recogí mis pertenencias y las metí en la bolsa de viaje. No me quedaba nada. Ni nadie. Caminé y caminé. Atrás quedaba todo, también ella. Tú.
Por eso te escribo esta carta. Porque no te quedaste atrás. Nunca has salido de mi corazón y sé que no me has olvidado. Te escribo por última vez, me iré lejos intentando olvidarte. Pero mientras, deja que te diga lo que te he dicho en los cientos de cartas anteriores:
Te quiero.

Ahora ya será definitivo.

Ahora sí que esto es un adiós.

Versión corregida. Texto escrito originalmente: 14-02-98

Ácido o no

-Es que las ranas croan mucho y los arboles no lloran hojas pues el viento se las arrancó.
-Graniza.
-Es que el cielo no soporta las penas y las deja caer a tierra donde entran hasta las raíces del alma y brotan como flores de alegría.
-¡Qué frío!
-La sangre fluye lenta y necesita de la luz para alimentarse. Abre tu piel y deja que respire tu alma, siente la caricia de Ra y ríe porque la dicha está contigo.
-¿Nos vamos?
-Dame otro azucarillo… por favor…

Escrito originalmente el 7 – 03 – 05